Quevedo hace gala de su excepcional maestría en el dominio del lenguaje dedicando estos versos a modo de sátira contra Luis de Gongora y Argote por su afición al juego, al tiempo que desmerece su obra poética y su condición de clérigo.
Yace aquí el capellán del Rey de bastos, que en Córdoba nació, murió en Barajas, y en las Pintas le dieron sepultura. Ordenado de quínolas estaba, pues desde prima a nona las rezaba. Sacerdote de Venus y de Baco, caca en los versos y en Garito Caco. La sotana traía por sota, más que no por clerecía. Clérigo, en fin, de devoción tan brava, que en lugar de rezar brujuleaba; tan hecho a tablajero el mentecato que hasta su salvación metió a barato; vivió en la ley del juego, y murió en la del naipe loco y ciego, y porque su talento conociesen, en lugar de mandar que se dijesen por él misas rezadas, mandó que le dijesen las trocadas. |
Otro excelente ejemplo de la maestría de Francisco de Quevedo en el empleo del castellano es la siguiente poesía dedicada a la fortuna o azar:
Ratonera de ambiciosos A quien te sigue despeñas, |