La figura del tahúr, tambien ha sido retratada en numerosas ocasiones por la literatura. Asi José Hernández, en "La vuelta de Martin Fierro", nos cuenta como "Picardía", hijo del amigo de correrías del protagonista, Martin Fierro, abandona el tahurismo, argumentado según él, tal y como puede leerse en la última estrofa, del capítulo XXII que "cuesta más aprender un vicio que aprender a trabajar".
"El Gaucho Martin Fierro", cuyo autor es el argentino José Hernández, es un poema narrativo considerado ejemplar del género gauchesco, está escrito en versos octosílabos, siendo el sexteto la estrofa predominante. Fue escrito en 1872. Debido a que la obra cuenta con una segunda parte titulada "La vuelta de Martin Fierro" escrita en 1879, de la que se extraen los siguientes versos, popularmente se conoce a la primera parte como "La ida" y a la segunda parte como "La vuelta", ambos libros son considerados como el libro nacional de Argentina bajo el título genérico de "El Martin Fierro".
El libro cuenta las peripecias de la vida de este personaje independiente y solitario que se ve expulsado de la sociedad y de la ley por la injusta política llevada a cabo por el presidente argentino Domingo Faustino Sarmiento de reclutar forzosamente a los gauchos para defender las fronteras internas frente a los indígenas. El libro es un alegato en defensa del gaucho, además de una protesta contra esta política y la injusticia social.
CAPITULO XXII DE LA VUELTA DE MARTIN FIERRO | ||||
1 Anduve como pelota y más pobre que una rata cuando empecé a ganar plata se armó no sé que barullo: yo dije: A tu tierra, grullo, aunque sea con una pata. 2 Eran duros y bastantes los años que allá pasaron; con lo que ellos me enseñaron formaba mi capital cuanto vine, me enrolaron en la guardia nacional. 3 Me había ejercitado al naipe, el juego era mi carrera; hice alianza verdadera y arreglé una trapisonda con el dueño de una fonda que entraba en la peladera. 4 Me ocupaba con esmero en floriar una baraja el la guardaba en la caja en paquetes, como nueva; y la media arroba lleva quien conoce la ventaja 5 Comete un error inmenso quien de la suerte presuma; otro más hábil lo fuma, en un dos por tres lo pela, y lo larga que no vuela, porque le falta una pluma. 6 Con un socio que lo entiende se arman partidas muy güenas; queda allí la plata ajena, quedan prendas y botones: siempre cain a esas riuniones zonzos con las manos llenas. 7 Hay muchas trampas legales, recursos del jugador; no cualquiera es sabedor a lo que un naipe se presta: Con una cincha bien puesta se la pega uno al mejor. 8 Deja a veces ver la boca, haciendo el que se descuida; juega el otro hasta la vida y es siguro que se ensarta, porque uno muestra una carta y tiene otra prevenida. 9 Al monte, las precauciones no han de olvidarse jamás; debe afirmarse además los dedos para el trabajo, y buscar asiento bajo que le dé la luz de atras. 10 Pa tallar, tome la luz, dé la sombra al alversario, acomódese al contrario en todo juego cartiao: Tener ojo ejercitao 11 es siempre muy necesario El contrario abre los suyos, pero nada ve el que es ciego: Dándole soga, muy luego se deja pescar el tonto; todo chapetón cree pronto que sabe mucho en el juego. | 12 Hay hombres muy inocentes y que a las carpetas van; cuando azariados están -les pasa infinitas veces- pierden en puerta y en treses, y dándoles mamarán. 13 El que no sabe no gana aunque ruegue a Santa Rita; en la carpeta a un mulita se le conoce al sentarse, y conmigo era matarse; no podían ni a la manchita. 14 En el nueve y otros juegos llevo ventaja y no poca, y siempre que dar me toca el mal no tiene remedio, porque sé sacar del medio y sentar la de la boca. 15 En el truco, al más pintao solía ponerlo en apuro; cuando aventajar procuro, sé tener, como fajadas, tiro a tiro el as de espadas, o flor, o envite seguro. 16 Yo sé defender mi plata y lo hago como el primero: el que ha de jugar dinero preciso es que no se atonte; Si se armaba una de monte, tomaba parte el fondero. 17 Un pastel, como un paquete, sé llevarlo con limpieza; dende que a salir empiezan no hay carta que no recuerde; sé cuál se gana o se pierde en cuanto cain en la mesa. 18 También por estas jugadas suele uno verse en aprietos; más yo no me comprometo porque sé hacerlo con arte, y aunque les corra el descarte no se descubre el secreto. 19 Si me llamaba al dao, nunca me solía faltar un cargado que largar un cruzao para el más vivo, y hasta atrancarles un chivo sin dejarlos maliciar. 20 Cargaba bien una taba, porque la sé manejar; no era manco en el billar, y por fin de lo que esplico, digo que hasta con pichicos era capaz de jugar. 21 Es un vicio de mal fin el de jugar, no lo niego, todo el que vive del juego anda a la pesca de un bobo, y es sabido que es un robo ponerse a jugarle a un ciego. 22 Y esto digo claramente porque he dejao de jugar; y le puedo asigurar, como que fui del oficio: Más cuesta aprender un vicio que aprender a trabajar. |
Para aquellos interesados en leer esta obra en su totalidad: MartÍn Fierro.